El miedo, el temor y la impotencia reinan en el aula de clase, un llamado a la atención o una palabra mal interpretada puede convertirse en un suplicio para el maestro. Es difícil corregir o presentar una posición diferente a una idea sin caer en el riesgo de afectar las diversas formas de pensamiento, intereses o suceptibilidades en un mundo donde los criterios fundamentados son causa de cualquier forma de maltrato o discriminación.
En la columna del diario El Tiempo, titulada “La zozobra en el aula universitaria”, en la que plantea un tema que se habla sotto voce, mas no en los escenarios públicos: La actitud de la actual generación de estudiantes, claramente es muy distinta de sus antecesores, y eso conlleva que el papel del docente tenga que ir más allá de us reflexión académica y pedagógica, para entrar a considerar el cuidado que debe tenerse con todo lo que dice, hace, piensa y como lo hace, pues el conteto actual de libertades mayores para la población, el posicionamiento de diversos derechos, y el uso de la tecnología y su impacto en la mediatización y viralización de situaciones de clase, entre otros aspectos, demanda “nuevas habilidades” de los profesores, hasta hace poco impensadas.
Confieso realmente cuan diferente era educar en otros tiempos. En verdad, me preocupa lo difícil que es enseñar en las escuelas actuales. Cada vez que me reúno con maestros y directores de centros educativos me quedo impactado con las historias de terror que se viven día a día. Los relatos son preocupantes, los siento asustados e impotentes, el oficio de ser maestro ha conllevado a un nivel de tensión y estrés alarmantes. Y, ¿quién se preocupa por el estado emocional de los maestros? ¿Acaso, hemos dedicado un momento en escucharlos, apoyarlos y animarlos en los momentos difíciles que están atravesando? ¿A quién pedimos ayuda para revalorizar el trabajo del educador en la escuela de hoy?
Hoy, el principal problema no es tanto en tanto los salarios o las condiciones de la infraestructura, sino las expresiones de miedo que tienen los docentes a sus estudiantes y como no, a los padres de éstos. Es un temor inquietante por si son denunciados, investigados, grabados, expuestos en redes sociales o incluso agredidos por un estudiante o sus padres.
Los estudiantes han ingresado en una especie de crisis de sensibilidad y susceptibilidad, se sienten maltratados por todo y nos hemos visto limitados a imponer autoridad, firmeza y exigir respeto. Esta imposibilidad de exigir sin esperar que protesten por tener que leer un libro, calcular una cantidad de ejercicios o construir un pequeño proyecto o investigación nos elimina de toda posibilidad de entregar lo mejor de nuestro trabajo profesional. En mis tiempos no nos estresábamos y frustrábamos por escribir a máquina un ensayo de 10 páginas sin errores de tecleo, o resover una guía completa de Baldor, o bien, leer un libro semanal. Esto, es imposible en la escuela de hoy. Yo tuve profesores "despiadados", pero estos maestros me marcaron positivamente, me enseñaron a administrar mi tiempo, a esforzarme más, sus niveles de exigencia eran muy altos. Al parecer hoy, las nuevas reglas son de pequeños esfuerzos. Un profesor que se atreva a exigir más calidad es llevado a las autoridades y denunciado para que cumpla normativas totalmente volcadas al facilismo y la mediocridad.
Y que decir del temor que nos invocan los padres de nuestros estudiantes. Desafiantes y amenazantes con "exigir" solo derechos y no cumplir obligaciones. Nos confrontan con la ley sólo a su favor y hasta con abogados o inclusive demandarnos porque supuestamente estamos vulnerando el derecho de sus hijos, angelitos, aquellos que son incapaces de cometer las faltas o acciones que les anunciamos, porque conocen a sus hijos y saben perfectamente como son en sus hogares. Parece que se olvidaron que fueron adolescentes.
No podemos educarlos, corregirlos ni aconsejarlos sin que merezcamos la amenaza de una denuncia. ¿Dónde se perdió la comprensión del rol de la escuela y el rol de la familia? Estoy convencido que debemos trabajar contundentemente con las familias de hoy para recordarles que somos educadores, no padres. No es nuestra responsabilidad formar en la personalidad, la ética, los principios y los valores. Si y no... Nuestra responsabilidad es formar en las competencias para la vida, para que egresen de la escuela con habilidades para desenvolverse en el mundo real, lo otro, es responsabilidad del hogar, del ejemplo y de la autoridad en la familia. No devenguen a la escuela lo que es responsabilidad del hogar.
Los maestros nos encontramos agotados, desbordados y despiadadamente amenazados. Necesitamos restaurar el compromiso de la familia en la escuela actual; más aún, cuando vivimos en una sociedad secuestrada por las diversidades del pensamiento, la corrupción y la violencia. Necesitamos cómplices para educar seres humanos íntegros y capaces de transformar el mundo que se viene, un mundo de complejidades e incertidumbres.
Hemos dejado de disfrutar nuestra vocación como maestros con esta nueva generación de estudiantes y familias. Si son padres y madres de un hijo que va a la escuela es momento de asumir el rol que les compete y apoyarnos para que los hijos que nos encargan más de 8 horas diarias se construyan emocional, psiquica e intelectualmente para que disfruten su vida como adultos responsables, respetuosos, justos y solidarios.
Es hora de Revalorizar el trabajo del maestro en la escuela de hoy.
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